Escritores de Hoy

René Rodríguez Soriano vive rodeado de libros, periódicos, jazz y memorias Dominicanas en un recoleto y hermoso chalet adosado en Miami, urbe en la que reside desde 1998. Desde que me abre personalmente la puerta y entro en su townhouse, constato que un país puede ser una realidad portátil, pues en la casa de René la República Dominicana lo impregna casi todo: desde la dicción pausada del escritor hasta los aromas del café recién colado.

Café «Santo Domingo», me dice al extenderme una taza humeante y deliciosa. Bebemos con parsimonia mientras hablamos de amigos comunes, de los últimos desmanes de los políticos, de novedades librescas, de los hijos, o de la lluvia torrencial sin piedad que cae en ese justo instante sobre la ciudad y que ha mojado la cubierta de los libros que le traigo, entre ellos, mi primer poemario.

René los observa; hemos tomado asiento e iniciamos nuestra conversación. Para eso viniste, me dice con sus ojos grandes y expresivos, mientras apura su café y baja la música: el jazz, siempre el jazz. La lluvia persiste, en la ventana veo las gotas que se deslizan gruesas y céleres.

Comenzamos a hablar, y René se remonta a sus orígenes, a su Constanza añorada, que en él constituye un territorio de la melancolía y el pasado que sobrevive intacto en su alma y su memoria. Ha cumplido 55 años, y parece mentira que más de medio siglo habite en su mirada límpida de hombre grande y bueno. Desde que en en los años setenta publicara su primer libro, Raíces con dos comienzos y un final, ha dado a la estampa más de una docena de obras, entre las que destacan sus cuentos; género literario en el que es un consumado maestro.

Tiene algo de Julio Cortázar en el corazón y en sus palabras: suaves y elocuentes, profundas y meditadas. No habla por hablar ni deja de estrechar la mano de un amigo en tardes grises y distantes.

Rodríguez Soriano ha incursionado en el periodismo literario, en el que se ha convertido en columnista de primera. Sus crónicas son una delicia de prosa castellana, de ingenio y amenidad. Tienen, estoy convencido, ese tan característico toque de los maestros de la literatura dominicana.

Carlos X. Ardavín 9 de octubre del 2005 http://www.listin.com.do/ventana/ven6.htm