Uno No Sabe Nunca Nada

“Era la más bella entre todos los hombres
y el más apuesto entre todas las mujeres.”
Terenci Moix

La chismografía, como ciencia que integra la investigación de campo y la exposición verbal (y en ocasiones escrita) de los hechos cotidianos, separa, claramente, el orden de análisis y de recolección de las distintas versiones del chisme, del orden en que se expone o cuenta el acontecimiento.

Paúl nos manó a la mierda, según las apariencias, pero es apropiado aclararte, Vito, que en realidad a quien él mandó al pestilente lugar, que por mi pudor de clase media acomodada no debo volver a mencionar, fue a John. Yo estaba frente a él, habló en plural, es cierto, pera un agregado, alguien que estaba ahí sin que importara su presencia o ausencia.

No, no fui un intermediario o algo por el estilo, nunca jugué al correveidile entre ellos y yo, para eso estaba Ada, pretexto, en primera y última instancia, de los dimes y diretes que daban calor y colorido a la mayoría de las reuniones del Círculo Primero de la Tertulia del Paraíso. Vito, voy a contarte mi versión, quizás la más sincera, otros, escondidos tras un mal disimulado velo literario –John, por ejemplo- hicieron ya su propia, y precipitada, Genealogía de este sabroso chisme.

Así, sin más, salí del Paraíso y le solté un sambenito a mi ángel de la guardia y su séquito, me sacudí y canté todas las verdades por tanto tiempo calladas y era como si la serpiente o la manzana me cercenaran la memoria, sus heces dípticas y púnicas, escociéndome el colon, apéndice y recto y Jorge, mirándome como ido, desmadejado, sin ser Jorge mismo, el indiferente, mi amigo y compañero de aventuras, sin entender por qué, de repente, toda esta hemorroidal rabieta y nada, era sólo que me sentía de pronto Claudia, Fuscia, Olga, o la italianita canadiense en pleno vuelo, sin ser nunca yo, la mágica presencia que, por incontables ocasiones, había puesto en su puesto a todas las divinidades, desde el mismo Partenón hasta el Chichén Itzá, pasando por todos los laberintos y entretelas de mares y furnias, rasgándome, más de una vez, las púdicas vestiduras de mi desvergüenza, mentando madres, violentando oráculos y mitras, yo, el que irrespeta los altares cuando los sacerdotes duermen

Todas las acciones humanas tienen su Genealogía, su momento de génesis y desarrollo, origen que a veces se pierde en la prehistoria del ocultismo. Un cuento o un relato no se llevan de esos imperativos, caros a los cientistas, no necesitan de la reflexión y la búsqueda de las causas ocultas en lo aparente. Pero el chisme sí. Todo chisme sabroso, honesto como éste, que debe aclararse ahora, para que la gente deje de hablar pestilencias, todo chisme insisto, ha de regirse por las leyes no escritas que, desde tiempos inmemoriales, le han gobernado. El chismógrafo, que no chismoso, investiga el origen, echando mano de la chismografía y sus herramientas de análisis: los comentarios maledicientes, las frases fuera de contexto. En este caso los protagonistas tratan de reconstruir la implosión del Primer Círculo de la Tertulia del Paraíso. Empero, un buen chismógrafo realiza indagaciones, escucha todas las versiones posibles, inventa que sí, que estuvo ahí, que lo vio todo, con el objetivo de dar una base cierta a lo que añadirá a la historia original, haciéndola más creíble y emocionante.

Vito, creo que debes dejar de esparcir tus tontos chismes, inventados a la carrera, sin método, ni sistema de investigación. Esto nos diferencia, tú simplemente repites lo que otros dicen, te vales de una sola tangente de la esfera, yo no, soy juez –conozco casi todas las versiones de los acontecimientos- y parte, estuve ahí.

Fui una de las secantes en su esfera de relaciones. Al principio no lo sentía de esta manera. John y yo (a pesar de observarle ciertas rarezas conductuales, introvertido, insondable) éramos muy cercanos, hasta podría decir que confiábamos uno en el otro, pero no. Esa, su pasión por pintar rostros con las más diversas expresiones, fue la clave para entenderlo y desorientarme.

Antes de ver los cuadros de John vivía en paz conmigo y el mundo, era casi cursi, inocente, auguraba una carrera llena de glorias y lauros para los tres.

y Pablo, hijo de puta, en su sillón marrón, con su pipa, sus corbatitas finas, sus secretarias, asistentes, adulones y toda esa mansedumbre de mariconcito redomado y tierno, ladeando siempre la cabeza hacia la izquierda; Pablo, sí, fue él quien se robó, no los denarios, ni las treinta monedas de Judas, aduciendo que el catálogo, las vistas fijas, las proclamas, que, perdonando los corcoveos atemporales, la daguerrotipia, Juan Gensfleisch de Maguncia, Marconni, Bell y el señor Edison, Thomas Alva, ese plagiario, embustero y malandrín, raudo registrador, legitaimado y canónico, como los pianos del barranco en el placer, o las dactilógrafas que mandarían –siglos después- artículos ajenos a la prensa y Pablo, saltimbanqui, charlatán de circo en bancarrota, macarra, marihuanero y publicista de lo peor, de los peores ubicados en todo el orbe de esta plaza, plagada de mierda de polo y locos de inexpresivos rostros, viajantes, perros realengos y aguafiestas, que se acercó al Primero, porque yo le defendí un Segundo y Marianne, que las Pléyades, Max Ernst, que el diablo y su hermano, coñazo, es el culpable, el que ha jodido todo y, con su carita de pendejo, que oculta la negrura de su espíritu entre los faunos y los minotauros, mirándome como si nada, casi besándome, ese puerco, con un efebo o una doncella entre sus dientes separados ¡maldito! me saluda

Todo parecía indicar que la implosión se gestó aquel día, cuando el Primer Círculo de la Tertulia del Paraíso, se reunió para organizar el próximo encuentro del Círculo Segundo, John nos enseñó un tríptico, una especie de Dorian Gray Caribeño, tres rostros y detrás un jardín. El primer rostro era repugnantemente hermoso, dibujado con maestría, un rostro insoportablemente simétrico, el lado izquierdo de la faz era idéntico al derecho, ambos ojos eran exactamente del mismo tamaño, ubicados a la misma distancia del nacimiento de la nariz y de las orejas, no tenía arrugas, no era el rostro de un anciano, era la cara de la maldad y la corrupción, un rostro intemporal, submarino.

y yo, tierno engendro, glacial y tropical, pienso en Paraguay, con la diplomacia de un taimado y doy del cuerpo en la Gran Logia, en todos los divinos adivinos, los narradores tripartitos, la generación del ochenta, los poetas impúberes, y me uno a los machistas feministas de toda laya, asexuado como soy, les enveneno los veredictos, los hago fallar contra su nombre, les hago cambiar el sexo a ese caluroso sétimo mes del año, mezquindad de mezquindades

¡La hermosura andrógina del segundo, asaz, plástico, inescrutable misterio celestial! Así había pintado Dante a Beatriz, Thomas Mann a Tadrio, aquel jovencito del delirio veneciano de Von Aschenbach (te aclaro, Vito, porque sé que no sabes que hablo de “Muerte en Venecia”). Pero, al observarlo detenidamente, era evidente que había pintado la misma cara, y eso era lo inquietante, era exactamente la misma faz, la misma, Vito, la misma. Y lo que en la primera era maldad y desenfreno concentrados, en éste símbolo del bien y el recato.

y Jorge, indiferente y hosco, ni siente ni padece, pensando que Alba o mi acompañante tal vez, pueden trotar sobre su colcha púrpura y disfrutar ¡iluso! A la bartola sus tortillas españolas sin papas, oír coros de ángeles de luzbel

El tercero, interrogante e indiferente a la vez, no, no un signo de interrogación dibujado, era un rostro que hablaba y preguntaba algo que nadie conocía, cuestionaba con desenfado y sin importarle la respuesta, posiblemente ni el mismo John entendía qué quería decir ese rostro. Menos Paúl o yo. Y lo extraño es que era la combinación de los dos rostros anteriores, que al mismo tiempo era la misma faz… No me pregunto qué carajo significa todo eso porque ni yo mismo lo sé.

– Me parece un poco idiota –dijo Paúl y como si le preguntara a George- ¿Qué gracia hay de pintar tres rostros iguales?

– ¿Gracias? La virgen de la Altagracia, eso es gracia. Las modelos caminan graciosamente. Pero una pintura como ésta, no tiene gracia, ni le da las gracias a nadie, no quiere complacer el gusto hereje, como el tuyo –dijo, mirando los ojos de George.

– A mí me parece que… –Paúl le sonrió, y como si fuera George el defensor del inquietante cuadro, subió el tono de su voz, para repostarle: Qué herejía, ni qué carajo, no tiene gracia ni la protección de la Virgen o de algún otro espíritu propicio a la bondad y el misterio, es un cuadro digno de ser colgado en casa de algún nuevo rico que recién pintó su sala de azul cursi, técnicamente bien hechecito y nada más.

– Bueno, tengo que irme, nos vemos otro día, sin embargo, antes he de decir que el tríptico…

– Nos vemos, George –dijeron al unísono.

-No imaginé las consecuencias de la última reunión formal del Primer Círculo de la Tertulia del paraíso. Como tampoco pude entender el origen de la bizarra discusión allí escenificada. Creo, Vito, que se remonta a algún encuentro del Círculo Cero, al cual sólo John y Paúl Pertenecían.

Uno de los grandes defectos de la chismografía es no tener acceso a todas las informaciones pertinentes. Pero no importa, si, como dice un frívolo poeta, el mundo es un invento de la razón, el chismógrafo tiene derecho a imaginar acontecimientos imposibles y de reconstruir a través de fuentes de información primarias o secundarias.

Sé que pocos días antes de mostrarnos el tríptico, Paúl recriminó a John su insistencia en llevar al Segundo Círculo a esas tiernas y hermosas adolescentes de más de 25 años, incapaces de dibujar el lomo de un caballo, y John se molestó, miró un magnífico cuadro mío, le entró un cosquilleo en el cerebro, y voceó: “¡Carajo! Y tú de qué te quejas, si a todas te las coges. Lo importante es ampliar el Segundo Círculo, conseguir la mayor cantidad de receptores y multiplicadores de nuestras ideas, potenciales compradores de nuestras pinturas y nuestros libros. ¿Qué haces tú? Te las coges a todas, te peleas con ellas y se van del Círculo Segundo, no dudo que algún día te cojas a George.”, ya con eso es suficiente, no hay que imaginar nada más.

Paúl, locuaz en las reuniones de los Círculos Cero y Primero, callado y condescendiente con las tiernas veinteañeras en las del Segundo, es todo un playboy respetable. Empero en el fondo Paúl no quiere cogérselas a todas, está harto de ser un fauno. Comprende las intenciones de John, cree que tiene razón, pero no puede ir en contra de la naturaleza. De su parte John quisiera ser él quien se las tirara, lamenta su cobardía, su miedo escénico, sabe que su asexualidad, como Ada dijo una vez, las acerca, por eso la acentúa, la exagera y se vanagloria de ella. Pero las asustan sus enigmáticas miradas al vacío, la rigidez y seriedad con que se toma todo y en especial las discusiones del Segundo Círculo y él no puede evitarlo. Para George, Aquiles de la Duarte con París, ellas no existen, se dan cuenta y, como allí reinan los tres, las tiernas féminas, ávidas de conocimientos y de artistas, va a parar a las entrepiernas de Paúl.

Las cosas son más complejas que los estúpidos chismes que andas regando, Vito. John y Paúl pertenecen a un mismo sistema de partículas, su forma de comunicación rebasa las fronteras del entendimiento humano. En realidad “la naturaleza fáunica” de Paul le es inyectada a John, son sus deseos reprimidos, la presa construida por El Espíritu al final del río erótico de John que el Cuerpo de Paul desborda.

porque ortográficamente uno no puede ser, el otro cojea y es antiguo y ya está dado, pero se puede cambiar porque Satán es Satán y ese muchacho es de provincia y hasta Eneas me lo pide, yo que lo he ocultado todo, vástagos, cónyuge y actividades rutinarias de salón y pedicura con el gran poder de mi desidia, mi paciencia y mi carterita andrógina, mi libreta y lapicera de notas, anotando todo, todo, haciendo de sus vidas mi historia, mi vida a medias vivida, libando los mejores néctares del paraíso, los mejores orgasmos imaginarios, simulando siempre, sí, orgías y misas negras, yo que soy luz y sangre recogida entre los ruiseñores y las flores del murmullo, porque yo, Juan, me redescubro y escudo mi nombre, Juan, no Pablo, ese Pablo bíblico, el Azulo azote de los cristianos, soy Juan, el bautista que anuncia la llegada del Señor, soy llanto y mugre, baba y orina de los dioses, soy la que no fui, sin sexo y levadura entre las piernas, con leche milenaria de escorpiones fui preñada y aborté; soy baja, tierna y ruin, amamantando boas constrictoras, cacatúas y puerco espines; pérfida soy, amantísima hermana de mi hermano y lo descubro, digo a todos que se amancebó, hablo de su pasión por el moro de gandules, su aversión a la carne (pero animal y cocida, he dicho), digo que lo amo, soy el rey, come on done! y fui su reina y esclava, convertida, uncida al Señor de los Ejércitos, reniego de las Siete Deidades y de Belice Becan, de Santa Martha la dominadora; abjuro de las veintidós mil tetas de las once mil vírgenes, lamo de sus fragorosas y fragantes vulvas, ligníticas y enjugadas en untuosos jugos, indecentes y castos, soy la que soy; yo, soñador consumado, violador errante, volcán y truchimán de clítoris de estudiantes tontas con ínfulas de poetizar sexosidades y manías, desvirgador de siervienticas, profesor amantísimo, redactor de proclamas y de canciones púdicas y públicas, impublicadas; soy el que invita a las lectoras a las Tertulias Dominicales del Paraíso, el que las sonsaca y les da dulces veredictos, y no se atreve a dar el zarpazo final, dejándolas a merced de la falsa ternura y quietud de Pablo, del cobarde y ambiguo Pablo, que les hueles y les lame las criquitas; soy el angélico, formo legión con los Umbríos Rezadores Fogosos y tibios pendejotes, que mama de las tetas cargadas de pus y sanguaza con ínfulas extrañas, llenas de moscas vulgares.

Ada iba de John a Paul, tratando de entender qué carajo le atraía, qué la motivaba a ir en ese tortuoso “correveidile”, intentando saber por qué ambos la rechazaban con todas las fuerzas de sus espíritus, y al mismo tiempo la solicitaban. La infidencia de George no le preocupaba, lo hace invisible a sus ojos. Se echó las cartas del tarot más de una vez y nada, se leyó la taza y nada. ¡Tantos aciertos con sus clientas deseosas de saber si sus esposos se las pegaban con la secretaria o la encargada de contabilidad!, y sobre ella misma y sus delirios, nada, casi se decide a ir donde la Pitonisa para que le haga la carta astral y sonrió, volvió a sonreír y al final estalló en una carcajada metafísica, que le erizó los pelos a todos los vecinos, “eso es imposible, dizque carta astral, la Pitonisa”, ja.

Un día cualquiera, algo normal ocurre, en los alrededores de la Biblioteca Nacional. Ada le dice a John:

– Paul y la Dama estaban en el Reyna, entraron a una cabaña, probablemente es virgen, todavía, solo samaron poco, él tenía prisa, tú sabes, en cualquier momento es papá y parece que… Pero a ella le gustó de todas formas, poco tiempo le que a tu virginal protegida.

Y John supo que debía comenzar a buscar la sustituta, otra virginal idiota, para convertirla en su protegida. Y George sabía que la Dama, tarde o temprano, se le insinuaría, que iba a rechazarla, que la Dama terminaría refugiándose en el tarot y la taza de Ada. Así, Elisa, la quinceañera más vieja de la historia, o la Aida de proverbiales senos, que se marchó en pos de bruscos alemanes que le ayudaran con su carrera artística y la desparramaran, entrarían a la reunión del Segundo Círculo de la Tertulia del Paraíso de la mano de John.

y Jorge mira a Isabel, inundando el Paraíso de pecas, con sus piernas y sus zapatos marrones, que lo volvieron loco a él, o a Damaris, con sus uñas verdes, ajustada trusa fuerteazul, sus imágenes de amor de ferroníquel, y sus monárquicos sueños desinflados por los senos al aire de July, la santiaguera del Señor, amen y Zaida, con su peinado despeinado, sus tres hojas de parra en la cuca, matadora y devoradora de suizos, cantando en los países

El “correveidile” es de doble vía. ¿No era lo mejor mandarla a la mierda? ¿Qué resorte influyó en su decisión de mandar John y a George?

– John dice que tú no coges ni la tercera parte de las mujeres que la gente cree, que lo tuyo es aparentar, porque en el fondo eres maricón.

y siempre Pablo, con su pipa, oyendo el cuento de la feminosa, el de los amores del riachuelo, oyéndolo, anjá, aunque hablaba por teléfono, sí, con su pipa, mirando a Hortensia, escupir y hablar de su casuáridas, encomiándolas a todas y Alba, joder, tanto joder, mirarlo nada más, pensar en Claudia, pedir un prólogo para mis memorias, odiarlo como loco, aunque me presta sus aparatos sofisticados, amo y señor del Paraíso, hacedor y deshacedor de las copias y los originales, dios que multiplica y eleva hasta la putésima potencia mis desmemoriadas y fúnicas filípicas

Secretamente se burlaban de Ada, de su inverosímil creencia en los bacás y el espiritismo, se burlaban de la Dama, de su actual falta de pudor, de su actitud de sombrilla generosa frente a la vida. También se burlaban de ti, de tu voz de locutor trujillista, de tus poemas plagados de lugares que no conoces y de tu insistencia en ser aceptado en el Primer Círculo.

Con George era otra cosa, su independencia le salvaguardaba de la burla cruel, pero no de la ironía. En secreto ironizaban de su desconocimiento total del Círculo Cero, se creía uno de los iniciados sin saber que nunca llegar a Gran… Un buen chismógrafo debe saber usar bien los puntos suspensivos.

Pero, ojo, nunca debe finalizarse un relato (un monólogo interior, flujo de conciencia, por ejemplo) colocando tres puntos suspensivos al final de un párrafo copiado de alguien, tal vez de John o Paul.

Yo fui el Círculo Único, y fracasé, yo era quien, realmente gobernaba toda la Tertulia del Paraíso, y el único que podría reconstruirla, pero estoy harto de John y de Paul. Sé que saldrás a regar, por esos barrios de Dios, un nuevo chisme mal concebido, pero ten dignidad, Vito, ten dignidad y calla algo por una vez en tu vida.

El clímax se acerca. Eran las cinco de la tarde del martes 26 (dos veces trece), George estaba con Hugo, pagándole el café y las tostadas con ajo. Como si los favores no se agradecieran, debe escuchar el último poema del que consume gratis, y discutir si Viriato falsificó o no la firma de varios escritos, está harto. Súbito viene Paul:

– A ti te quería ver, ¿has visto a John?, debemos vernos urgentemente, conseguí el financiamiento y el local para la colectiva, hay que evitar por todos los medios que John exponga su tríptico, de antemano, creo que tu “Marina nocturna en la surrealidad de un embuste” no debe quedarse. Nos vemos. Vete a la porra Hugo..

Ahí se le ocurrió la idea de salir de los Círculos paradisíacos, ya estaba harto de la Tertulia. Se despidió de Hugo, quien comenzó a rabiar con Paul, tenía hambre todavía. George quería que se expusiera el tríptico, bautizarlo por él como “Los Dorian Grays”.

Fue a su casa sin hablar, desconectó el teléfono, bajó los fusibles y se encerró toda la noche en una habitación a oscuras. Al otro día John le llamó a la oficina, ya Paul había hablado con él, se citaron para las 6 de la tarde, como siempre en la oficina de Paul. Vito también, llamó ese día, pero es tan insignificante que George no lo recuerda.

en fin, soy yo, yo mismo, Juan, el acosado, el perseguido, el ganador y él, Pablo, el tajalán que viste y calza, que me quería obligar a hacer trabajos de negro, a cargar cuadros y estantes, yo soy pintor y mejor que los dos, ganador de premios, ya lo he dicho, y Pablo, el pelafustán que me robó los cuartos, que nos engañó a Jorge y a mí, alguien con quien no me interesa ni siquiera intercambiar libros y cordiales enemistades, alguien que no existe, así tan simple y llanamente, porque yo, para dejar las cosas claras, obligado como estoy a dar la cara voy a desenmascararlo, decir y contar lo que Jorge, por su cobardía, o qué sé yo, no cuenta, lo que todos los demás se callan y, aunque, por lo bajo, murmuran, caray, no tengo escapatoria y ¡así quién no! tengo tan mala prensa, tendré que refugiarme en mi interior, huir de los cenáculos habituales, porque esta sórdida telaraña me atrapa en los límites de una realidad sin futuro, no sé, ahora, no sé.

No se reconstruirá textualmente la conversación que allí tuvo lugar. El buen chismógrafo jamás lo hace. De la misma manera en que George no logró expresarse sobre el tríptico aquel aciago día, no pudo hacerlo durante la hora y media que duró la primera y última reunión para organizar la colectiva. La conversación era más o menos igual que todas las que sostuvieron después de ver el tríptico. Sin embargo las cosas tomaban un matiz extraño, por alguna razón, de vez en cuando mencionan a una rosa en forma de cruz, ubicada detrás de la oreja del segundo rostro. Aunque se hablaba insistentemente del dinero para la exposición colectiva, y de posibilidades de malversación, de Iscariotes, denarios, 30 monedas, superstars, en realidad se notaba que la conversación trascendía ese hecho puntual e iba más allá. Se hablaba de las herejías, la inquisición y de un libro sobre ocultismo que John había escrito y dado a Elisa, la cual a su vez se lo dijo a Ada. Y Ada, como siempre, se lo dijo a Paul. Y Paul, ese día, mandó a la mierda a John y a George, pero no fue en realidad a los dos: fue al él, a John.

Vito, el mandó a las heces fecales a John, sólo a John, a mí no, ya te lo he dicho, a John, porque admitió haber escrito un libro que jamás he visto. Porque lo hizo aprovechando las discusiones del Circulo Cero, porque John hizo algo verdaderamente grave, espantoso: el tal libro condenaba las relaciones sexuales, y Paul comprendió la razón de infantil actitud de Elisa, aquella tarde en “Sueños”.

Y así no se vale, no. John había roto todas las reglas del juego. Paul necesitaba satisfacer los ocultos deseos de John: saber cuál era la posición preferida de Elisa, qué tan hospitalaria era su entrepierna John había boicoteado toda posibilidad, rompió la espiral y todos los Círculos de la Tertulia del Paraíso. Hizo trampa y así no se puede, Vito, no se puede, tú lo sabes bien, tú que bailaste con Ada y sentiste su encelado muslo rozarte el pene con ardor, con furioso ardor, mientras ambos, babeando, trataban de vencer la penumbra para mirar a Elisa casi entregada con frenesí a Paul, tú que viste como John le entregó aquel libro en el mismo momento en que Paul fue al baño, a limpiarse los calzoncillos, tú que lo escuchaste como recitaba con vehemencia y de memoria la página 53 (cuatro veces trece), tú que encendiste un fósforo y viste las lágrimas de ella y jamás la volviste a ver meneando sus empolvadas nalgas primaverales en los brazos de Paul. Tú que viste a John y Elisa salir, y en la mesa solo, soportaste, con estoicismo, ve a Paul bailar con Ada, y te quedaste, como siempre, con la baba en la boca y el pene erecto. Pero lo esperaste, porque eres fiel, con Paul viniste y con él te irás…

Así eres Vito, siempre dispuesto a enlodar a los otros, pero no olvides que donde dan también quitan. Sólo espero, caro amigo, que hayas entendió el mensaje y que, de hoy en adelante, tengas más cuidado a la hora de contar cosas de mí y de mi participación en la implosión de la Tertulia del Paraíso.

El chismógrafo cambia los nombres de los personajes. He de aclarar este aspecto epistemológico de gran importancia, todo buen chismógrafo sabe que debe dar pistas para evitar equívocos acerca de quiénes son los protagonistas del chisme. Se convierten en chismosos cuando cualquier lector medianamente informado, y hasta uno cercano a la idiotez, como Vito, sabe de quiénes se ha estado hablando.

“Ahora, no sé si sería válido terminar esta historia con tres puntos suspensivos (…) Quizás prefiera callarme esta parte, es mi derecho, como echarme a vivir de los recuerdos, aunque sea el espectáculo más ridículo y solitario…”