Una Candelita

No queremos boches ni cocotazos…
Pochy Familia

Contenido

1

El mundo según Alf

Carta en cinemascope y Coca Cola

Generación del silencio y el desencanto

Invitación para desplumar un piano desnudo

En favor de la resignificación del amor

Este libro no tiene nombre

Materia prima:¿Una novela caótica o la representación de un caos?

 

2

(E)pistolazos (l)impios

La hora gris de Domingo Moreno Jimenes sobrevino en lunes

Preparativos para mirarnos al espero

Hierba mala no es eterna

El verdadero sentido del sinsentido

El Estado: Castillo de naipes

El orden social y el estado son un castillo de naipes

Las ondulaciones dispersas de un gato

 

3

Janis Joplin: Diosa púrpura de los infiernos celestiales

Un parque para Cortázar

La histeria nos absorberá

Con Sting llegaremos al dos mil

Juan Lockward: otra noción de patria

Terciopelo azul: esa inquietante y apacible pasián por lo oculto

Si todos amáramos a Carlos

Carlos Fuentes: presencia que husmea en el imaginario latinoamericano

¡Suelte el sable, General!

 

4

La humanidad contra los rinocerontes

El hombre dominicano:¿un ser sin memoria condenado a repetir su tragedia?

El tuerto es rey

Hay una nueva narrativa dominicana que cuenta

 

1

Sucedió que una tarde se nos dio con salir por esas calles que ya no son de Dios mentando madres, dándole rienda suelta al tigueraje que nos vio crecer, y entonces la palabra, tupida de agresiones, se nos creció en las manos paridas de retornos.

No tenemos remedio. Esta adición de acuchillar rutinas, obliga a nuestras fuerzas a cultivar sin punto berenjenas; coser y descoser camisas de once varas. Somos incorregibles. Las cien serpientes locas del dolor y de la vida de aquel viejo poeta, las sacamos del vientre del bongó, las electrocutamos con guitarra, sintetizador, güira y maracas, las anudamos a nuestras lenguas y aquí estamos acribillando la jaula hechicera del tiempo, blasfemando a todo dar, diciendo lo que hay que decir por su nombre.

 

El mundo según Alf: modernidad, desencanto y desconsuelo en los 80.

…me pregunto con qué derecho un hombre se atreve a exigir a otro que mude sus gustos o que los modele de acuerdo con el orden social.

Sade: Justine o las desventuras de la virtud

Introducción: gato al horno

Sé que algunos lectores se estarán preguntando quién es ese Alf. He de aclarar que no es un novel escritor recién descubierto por algún sabihondo gurú de la literatura dominicana. Mucho menos es un sagaz crítico que ha realizado el mejor de los trabajos jamás escritos sobre los jóvenes literatos de los ochenta.

Este Alf es un pequeño extraterrestre que gusta del gato horneado, adobado con patas de perro y rabo de ratitas tiernas. Un manjar como éste no puede ser degustado acompañado de un vulgar beaujolais. La bebida, es evidente, ha de ser zumo de burro batido con una pizca de aceite de ricino.

Si alguien les dice que es el personaje central de un programa de televisión, posiblemente les esté mintiendo, es real. Dirán que se divierte con sus mordaces comentarios sobre la vida cotidiana, en el marco del paradigma de la cultura occidental: los Estados Unidos. Este extraterrestre le encuentra el lado oscuro a cualquier hecho o sentimiento optimista de la familia que le alberga en su tránsito por la tierra. La vida terrestre, vale decir la cultura judeocristiana, es comparada constantemente con la vida en Melmack, su mundo de origen, que es el reverso de la modernidad.

Década del desencanto y el desconsuelo

Así, como Alf, son los que se hicieron adolescente en el marco de los doce años de Balaguer. Jóvenes que se desarrollaron, que conformaron su “estructura caracterología”, en esos años en que el autoritarismo caudillista domesticó a la “sociedad civil”, que luego de la insurrección del 1965 se encontraba fragmentada.

La relación vertical y rígida del Estado y la Sociedad Civil, se manifestaba como una intromisión estatal en la esfera de la cotidianidad y marcó, de alguna manera, la visión del mundo de los dominicanos y dominicanas, en especial la de los jóvenes que despertaban al mundo en la época. Quizás por esta razón, se pensó que los cachorros de intelectuales podrían ser portadores de una suerte de conciencia democrática profunda. Que reaccionarían contra el autoritarismo, exigiendo mayores niveles de participación pública, tanto en lo cultural como en lo social.

Sin embargo, otros fenómenos contribuyeron en la constitución de las “estructuras caracterológicas” de estos jóvenes: la crisis de los paradigmas sociales, la crisis de las organizaciones políticas de izquierdas, el fracaso de los grandes proyectos societales y la forma en que las expectativas democráticas y de bienestar de la sociedad civil no fueron satisfechas por el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) a su paso por el tren gubernamental (1978 a 1986).

La visión del mundo y “la práctica intelectual” de los jóvenes escritores de los ochenta se vieron signada por estos fenómenos. Unos se asimilaron al Status Quo que reina en la sociedad, otros intentaron aprovechar los espacios de las izquierdas en busca de público y seguridad (No debe olvidarse que el debate y la “praxis” cultural estuvo gobernada por el pensamiento “progresista” en los sesenta y setenta). Otros, se asociaron en “colectivos” y “talleres” en busca de una voz que se asumiera como “colectiva” y plural. Hubo los que, como la mala res, rechazaron agregarse y marcharon con independencia los caminos de la literatura.

Si bien, como parecerían sugerir los planteamientos anteriores, no se puede establecer la existencia de una visión del mundo única, colectiva, de los escritores de los ochenta, sí puede hablarse de valores y de un cierto “aliento” que los unifica, dentro de la diversidad de pareceres, géneros y estilos que poseen.

Pensamos que los iguala el desencanto, el desaliento y la negación de la cultura actual. Se podría inferir que, aunque sea como intuición, los caracteriza la forma en que sus textos traslucen, que asumen que la crisis de las instituciones sociales remite a la crisis de los valores que la sostienen y, puesto que los valores no flotan en el aire, se está ante la crisis del sujeto, el hombre occidental. En algunos de los autores jóvenes está idea podrá aparecer más o menos explícita. De todas maneras, la mayoría de los textos de esta generación pueden ser interpretados en este sentido.

Desde hace jazz mucho tiempo me paso el tiempo tocando tu sexofón[1]

La cultura dominicana, que no ha logrado conjurar el fantasma del caudillismo, es esencialmente autoritaria. Y éste odia el cambio cultural, es desestimulador de la imaginación y el intelecto, no es inmóvil porque no tiene fuerzas para contradecir a Heráclito y a su río, pero a duras penas gatea. El mundo en el que despiertan los jóvenes es un mundo ya construido, que tiene la pretensión de presentare como inmutable a sus ojos.

Ante un mundo poco permeable a los cambios, y que deja escaso espacio a la libre creación, el aburrimiento, el hastío se generalizan, se posan en el alma de los jóvenes, ¿qué hacer con el tiempo libre? Escribir puede ser una forma de combatir el aburrimiento; pero, no siempre se desea escribir. La música, sobre todo el jazz y el rock, deviene en elemento importante en la vida de la juventud para combatir el fastidio y la aquiescencia dominicana: El cigarrillo de esta trompeta se está muriendo de tedio[2], dice Manolo. ¿Por qué una trompeta? ¿Por qué el jazz, el rock?

La soledad del trompetista es infinita. Un solo de trompeta puede ser lo más divertido o nostálgico o triste del mundo. Polisemia. Tal como la juventud lo puede ser. El jazz es la improvisación, libre albedrío del músico, una pieza de jazz nunca es la misma, nunca provoca los mismos sentimientos en el que la escucha, nunca es ejecutada de la misma manera. El rock es violento, contestatario, símbolo de la revolución sexual y de los hippies, esos vagabundos y desmadrados que tuvieron algo por lo cual vivir y luchar, que soñaban con “un mundo sin propiedades”, que perseguían su destino, en dóciles monturas.

Esa forma de mirar al pasado Hippie nos habla de las carencias del presente. El tedio, la ausencia de perspectivas y proyectos definidos de los de hoy contrasta con el viaje de amor y paz por las carreteras que marcó a la juventud de los sesenta. La desolación de los de hoy tiene sus raíces en los fracasos de los proyectos de los sesentistas, lo que deja pocos ídolos en pie, pocos símbolos a los cuales aferrarse. Se hace inevitable, entonces, preguntarse ¿hacia dónde vamos? Amable dice saberlo, y lanza su opinión con violencia, con cierta dosis de humor negro, hasta ciertos resquemores y resentimientos: catalizamos la huida hacia la podredumbre[3]. De seguro que la mayoría de su generación estará de acuerdo con él, aunque no lo admitan. Porque otra de las características de los jóvenes escritores es su individualismo, su tendencia a negar los aciertos de los que no pertenecen a su círculo interior.

¿Quiénes desean saber quiénes catalizan la huida hacia la podredumbre?Probablemente la mayoría, pero se quedan estupefactos ante la pregunta. Son la generación que interroga y no responde, pero responde sin saber cuál es la pregunta. Son un caos, a veces. Y otras veces, también. Pero el caos no les pertenece, les viene de fuera, del mundo que les rodea. Ese mundo que les acusa de ser un grupo de malcriados, inadaptados, que se aburren infinitamente, que prefieren mover la cabeza al compás de una música extranjera, antes que menear las caderas al compás del merengue. Pero, Julio Castillo, quién sabe por qué, de repente, en un extraño momento de lucidez, antes de abandonar la escritura y emigrar a New York (¿alguna metáfora en esto?), dice algo que, en cierta forma los define a todos como son: una figura chinesca/ obscenidad escrita/ en el convento[4].

No crea que el convento es la sociedad actual. El convento es el cuerpo. Ese fetiche de una sociedad erotizada y en ocasiones pornográfica, pero hipócrita, que exige emociones fuertes para combatir el aburrimiento. Pero, la censura pretende desterrar el cuerpo del idioma, por impuro. La reacción de los jóvenes es poner de manifiesto cuáles son los placeres soterrados que nuestra cultura del aburrimiento y la violencia crea: Aún recuerdo como sangraste Pretty Doll cuando bañada en cerveza a horcajadas te abrieron sobre la mesa de billar y luego ese taco machacando tu virginidad que se resistía en vano a los empellones, hasta que tuvo que ceñirlo y teñirlo de niña.[5]

Qué otra cosa pueden hacer, si no se reconocen en las actuales instituciones, si sueñan, ¿pesadillan?, un Melmack inexistente, que apenas se perfila en las cabezas de algunos, los más osados y apasionados. ¿Desean llevar hasta sus últimas consecuencias las ideas que los mass media les inculcan?: Beber, fumar, junto a hermosas y deslumbrantes modelos, de tersa piel, de perfecto senos reconstruidos, de labios increíbles y lascivos –colágeno incluido. Divertirse, divertirse, que la juventud es breve: y diversión significa consumo. Son sujetos que se rechazan a sí mismos, porque son producto de un mundo y un pensar que no les satisface. Un mundo que los seduce y los reprime. Que los alabar (la juventud es el futuro) y los bloquea (eres muy joven para entenderlo).

Entenderse parte de lo actual, “la modernidad” ese tótem que desea eternizarse, y de un futuro incierto que no llega, los segmenta y los lleva a afirmar, en sus textos, más de un “yo”, si bien es un yo plural, no es un nosotros, es un juego con el espejo y la relatividad.[6] Aunque es posible que la intención de algunos sea poner en evidencia todos estos elementos, demostrar la “contradictoriedad” del ser, pero resulta terrible ser un “yo” que habla en el vacío, que no se convierte en “nosotros” y no llega a “el” o a “ella” o a “ustedes”. Para Dionisio, ese contexto de desolación y desamparo, convierte el suicidio en necesario, y reconfortante: Luego de leerme estoy seguro, empujarás el puñal hasta tu pecho[7].

La nostalgia de la época cuando las apuestas eran más simples

Cuando era niño, las apuestas eran simples. Existían amigos y enemigos. Seres amados y seres odiados. Se estaba a favor o en contra de algo, o de alguien. Vida llena de simpleza, pero vida chata, vida muelle.

Durante los años de gestación de los noveles escritores, la sociedad dominicana era como un niño: en lo político se estaba a favor o en contra de Balaguer. En lo intelectual se era o no marxista. Unos eran buenos, otros eran malos, y viceversa, todo dependía de la universidad que nos formara. Ese fue otro de los errores del movimiento “progresista”. Al ganar el PRD las elecciones de 1978 el mundo político e intelectual se complicó. Se empezó a captar lo complejo de la existencia. La simpleza de las apuestas se evidenció como falsa. Las izquierdas, que dominaron el panorama cultural de aquellos años, se vieron huérfanas. Ya no había contra quién hacer poesía coreada. Nada fue transparente, ni oscuro. Todo fue embargo por la penumbra, que es un espacio donde confluyen la luz y la oscuridad ocultándolo todo y, a la vez, mostrándolo todo.

En cierto sentido asumen la nostalgia desde diversos puntos de vista, pero, ¡qué maravilla es el pero!, no sólo es una nostalgia de la simpleza de la vida del infante. René Rodríguez Soriano, es un jodedor nostálgico, uno que oculta su deseo de retornar a la simpleza de su infancia, pero una infancia reconstruida, parecería que pide lo imposible: ser niño con las ideas y madurez del adulto que es hoy. René construye un pueblo imaginario (San José del Puerto[8]), que viene a ser un Constanza, su pueblo natal, cosmopolita y universal, un poblado rural con aires urbanos, es Constanza urbanizado, o Santo Domingo “constanzanizado”. Pero esta nostalgia no es meliflua, no es simple añoranza del pasado, es uso de la experiencia del escritor, de los fantasmas que atormentaron a un joven que despierta al mundo, queriendo algo más que un pueblo hostil a la imaginación y la libertad. Es una nostalgia que no es tal.

Y no es tal, porque en el fondo lo que aparece como nostalgia, es un “yo” diluido en el texto, el yo de la modernidad y los modernos. Es a veces una presencia cuasi imperceptible este yo. Pero aun en los textos escritos en segunda o tercera persona, en el escritor de la modernidad se siente el peso del yo. Modernidad, yo, humor y metáfora son indisolubles: “La introducción del yo supone la modernidad (…) El Yo es humorístico en cuanto que toma conciencia de su insignificancia en el universo. El Yo es metafórico en cuanto que se siente relacionado con todo, se siente todo, sin limitaciones religiosas, medievales, clásicas”.[9] Si en más de una ocasión se ha acusado de ser anacrónicos a los escritores dominicanos, la última promoción de escritores está definitivamente conectada con las formas de hacer literatura predominantes en el mundo.

Pero, la nostalgia tiene otros matices. Hay los que maldicen “saber”, el conocer esa mecánica que los aprisionó. El absorto hermoso y terrible del conocimiento deviene en pasión por el olvido y lo simple: mis ojos no son ya mis ojos/ son dos puertas abiertas al olvido[10]. A diferencia de René, que complejiza su nostalgia, Eduardo Díaz Guerra persigue la simplicidad y sencillez de las relaciones primarias, no es casual que la gran mayoría de sus poemas hablen de la relación hombre-mujer. Pero la mujer como la entendían los románticos, los de verdad, no los cursis. Mujer diferente a la de René, o la de Ángela Hernández, que es una mujer-problema, contradictoria como la época, con vida al margen del autor o autora o del enamorado, en fin, mujer con vida propia.

Miguel D. Mena nostalgia una ciudad de parques y áreas verdes, en la que los edificios de apartamentos no habían irrumpido en la cotidianidad de los barrios. Las chichiguas, las palomas que se posan en el cable del tendido eléctrico y una ciudad inmóvil son los elementos de la poesía de Mena. Su nostalgia, a fin de cuentas, es simple y fútil condena del progreso -vana esperanza la suya- y deseo de la inamovilidad del mundo, vida acentuada en la lentitud del tiempo rural y la negación a crecer, como manda la biología. Pero, el cambio es indetenible y no hay tiempo para llorar su aya perdida.

Toda la filosofía cabe en un bostezo

Frente al inmediatismo y el presentismo reinante en la cultura occidental, potencializado por el peso que conserva “lo rural” en la dominicanidad, a pesar de que los escritores de los ochenta se han desarrollado en una sociedad eminentemente urbana, se conforma una literatura que ironiza las bases filosóficas de occidente y que apuesta por una cultura urbana, moderna o posmoderna. La ironía es parte del temperamento de los jóvenes, pero la ironía nada afirma, sólo niega, es burla inteligente que nada construye.

La razón, per se, no puede darnos una idea exacta del mundo inmediato, no puede decir el por qué duele tanto, y tantos tormentos provoca el vivir. Nada de cuartel para la razón, la realidad es lo que es, pero, no es lo que aparenta. El imaginario literario puede captar mejor lo real que la racionalidad occidental: Esta realidad es un imberbe jugando en nuestro pecho.[11]

La realidad es juguetona y es el juego a la vez. Los jóvenes son como el perro que juega a morderse la cola. La realidad es circular y repetitiva dice Jochi, encuentro con las mismas otredades de las que sale uno victorioso y a las que vuelve siempre derrotado[12]

La realidad de las instituciones sociales, el matrimonio, las relaciones de parentesco, son desmitificadas. La familia ya no es el refugio del sujeto. Los lazos de solidaridad se han roto. Las contradicciones y la crisis han penetrado en ellas. Una nueva moral hace de la infidelidad un gesto heroico. A veces, por no dañar al otro, nos convertimos en adúlteros, mentirosos[13], o simplemente escapamos a una realidad paralela.[14]

Y el amor, pregunta Aurora Arias, que como siempre llega tarde al convite, y luce un tanto despistada, ¿no puede ser un algo que nos redima?, agrega. Algunas escritoras le hacen eco: ¿No sería posible que a través de una redefinición del rol de la mujer y las relaciones entre las parejas encontremos un refugio? Gavino Severino, desde La Romana, les responde: En su loca carrera/ hacia el orgasmo/ sus nalgas son dos monstruos/ resbalando al filo del cuchillo.[15]

¿Qué o quién podrá redimirnos ahora?

 

2

Los cantantes y los músicos de Fernando Villalona se cambian de orquesta; Anthony Ríos amenazó de muerte a un cronista de espectáculos; Radhamés Aracena dejaría en la inopia a Musiquito y a Cheché Abreu; Olga Lara sigue sonando por el país; Adalgisa vuelve a la radio; Cuco Valoy estuvo en París; Otra vez con Yaqui analiza el problema del gas y de la leche; El Gordo de la Semana con los Chicos, Glenis Díaz, Yuri y Los Chamos; Corporán sigue…

Jack Veneno fue descalificado por echarle limón en los ojos a King Kong; Astromán II se recupera favorablemente, luego de la clavada traicionera que le inflingieron El Muñecazo (Hugo Savinovich) y El Gallina (Relámpago Hernández); El Gran Traidor (Puño de Hierro) tuvo que abandonar el país; El Caballero Hernández, junto a su maestro, el Campeón de la bolitelmundo y de la Wrestling Alliance (Jack Veneno), de un momento a otro, acaban con los rudos en pareja (Relámpago Hernández y King Kong)…

Por cuestión de espacio, no debemos continuar. Así nomás. Las rebatiñas de cantantes, combos, cronistas, pancracistas, tienen más calidad, sabor, altura y elegancia que los encuentros y actividades a que nos tienen acostumbrados nuestras estrellas de la farándula literaria.

 

3

Parecería que la literatura dominica de hoy nació por generación espontánea. Sin referentes nacionales. O a lo sumo, sus referentes son la literatura de otras latitudes, aunque nunca paguen sus deudas con quienes les prestaron las pala. Algunos quieren ser descubridores de recursos literarios ya usados por otros. No se lee lo que se escriben nuestros connacionales, por lo que muchas veces se cree ser el primero en el manejo de recursos que otros dominicanos ya han requeteutilizado: descubrimiento del agua tibia. Así, el uso del humor, de la ironía y la mezcla de un lenguaje “culto” con el habla popular.

La utilización de los símbolos del dominicano medio, de la masa, diría algún sociólogo, con los símbolos de la filosofía occidental, no es de uso tan reciente como, al parecer, se ha querido plantear, propósito del poemario Bolero del esquizo de Adrián Javier. Ya antes otros manejaron los mismos recursos sin que nadie dijera nada.

Retornemos a Canciones rosa para una niña gris metal; Presencia y monólogo o Maguita, entre otros. Escribir un poema como quien escribe un bolero, llevar la narración a la poesía y viceversa: todos desean ser los primeros en algo, aunque para eso haya que ignorar lo que hicieron las generaciones anteriores.

Si bien durante el trujillato la literatura dominicana podía ser acusad de anacrónica, de ir a la saga de la literatura hispanoamericana, no deben negarse los aportes realizados por esos escritores. Ahí están Bosch, Virgilio Díaz Grullón, Franklin Mieses Burgos, Tomás Hernández Franco y ese hermoso y único descubrimiento llamado Yelidá.

Hoy los literatos dominicanos envían sus ojos más allá del mar Caribe, ya no se es anacrónico, lo que no es negativo por sí mismo. Lo fatal es cuando se pretende negar lo “hecho” desde Salomé Ureña hasta hoy. O copiarlo. O no reconocer las fuentes de las cuales se ha bebido.

 

4

La literatura dominicana duerme en un catre sin forro. Sus pesadillas ya no asustan a nadie. El fantasma de la noche de intriguillas oscuras que la engulle no tiene garras.

La literatura dominicana es un pajuil. Su hermoso plumaje no es suficiente para opacar su horrendo canto.

Los escritores dominicanos, emborrachados en la baba mutua de sus chatas fatuidades, no han sido capaces de subvertir la página en blanco. Nada de salir del círculo, hinchados los vientres de tanta teoría y poca praxis.

Los escritores dominicanos rodamos por ahí, muriendo a golpe de páginas mustias y la obra de nunca acabar, la tertulia, el café, el caldito, un trago, la mezquina alabanza y la discreta pregunta –siempre entre dos que no son ni serán jamás los mismos dos-, la lucha por estar o que no estés en la encumbrada cumbre, en la raya final que es la meta y el mito, la inacabada antología que nadie nunca ha de acabar ni acabará jamás, porque no caben todos.

A veces, llega uno a convencerse de que los únicos excelentes escritores dominicanos somos los dos que hablamos en la esquina, y si acaso un tercero, nuestro mejor amigo que, por fortuna, no escribe…

La literatura dominicana huele mal. Un sacudión de vitalidad no le sentaría mal. Un fuego graneadito, a discreción, avivaría las apagadas mechas y enrumbaría el debate hacia otros vuelos más propicios.

 

Hay una nueva narrativa dominicana que cuenta

La regla es el abuso, la excepción es el goce.
Roland Barthes

1. Más allá de la historia.

Antes, mucho antes que el nombre de las cosas, desde los días primigenios de la humanidad, ya el cuento existía. Quizás como hipótesis justificadora. Quizás como sinuosa verdad empeñada en explicar la realidad circundante, todo ese amanecer del mundo lleno de interrogantes y magia, dando rienda suelta a una sarta de mitos, historias de dioses y héroes de los que han hecho uso hasta la saciedad las religiones y las antiguas epopeyas.[16]

Los más antiguos cuentos de los que se tiene conocimiento provienen de Egipto y datan de los siglos XIV a XII antes de la era cristiana. Así mismo, el primero en compilar cuentos al modo moderno, se tiene entendido que fue Partenio de Nicea, considerado como maestro de Virgilio. Su colección lleva por título Aventuras de amor y está integrada por treintiséis narraciones. De esa misma época se considera a Conón, quien llega hasta Don Quijote con el cuento de Los viejos y la deuda saldada, uno de los episodios del gobierno de Sancho.

La Edad Media, también es rica y singularmente propicia para el cuento y, según Emile Gebhart, “Los viajes de los peregrinos, de los mercaderes y de los cruzados, constituyeron un magnífico puente para la difusión de este tipo de relatos por todas las regiones del mundo”[17]. Los dominicos y los franciscanos, en su largo peregrinar entre oriente y occidente se encargan de llevar y traer de pueblo en pueblo estas historias y difundirlas.

Este, a grandes rasgos, y no otro es el panorama de los cuentos orales, de caminos. Cuentos que durante las travesías hacían las delicias de los viajantes y acortaban las horas. Pero, el del cuento escrito tiene sus vertientes, hay que buscarlo por otros cauces, otros senderos un tanto más fáciles de transitar.

Es un secreto a voces que el cuentista moderno por excelencia no es otro sino Boccacio con su Decamerón. Después, el resto es casi historia conocida: Perrault, Turguéniev, Voltaire, Diderot, Los hermanos Grimm, La Fontaine, Pushkin, Dickens, Voisenon, Chejov, Gorki, Maupassant y un largo etcétera que, por tan largo, resultaría latoso enumerar ahora y aquí.

2. Amplificaciones y balbuceos.

Si bien es cierto, todos los estudiosos del tema, con sus colorines, sus parcelas y mezquindades, han coincidido en señalar la ausencia de una cuentística organizada y un atraso con respecto a todos nuestros vecinos, en lo que a escribir y fundamentar el cuento se refiere. Así nos lo confirma Aída Cartagena Portalatín, cuando plantea: “En el panorama de nuestras letras podríamos señalar una docena de buenos cuentistas, pero que nada aporta a la técnica o género, y también a incontables narradores que no hicieron otra cosa que estampas costumbristas o viñetas de pobre colorido criollo”[18]

Durante ese largo y lento balbuceo de nuestra cuentística, de finales del 1800 hasta mediados del 1900, se pueden rastrear soplos del naturalismo de Zola, Maupassant; del modernismo –en el caso de Fabio Fiallo y sus Cuentos frágiles, 1908- y algo del simbolismo francés; lo que no es de extrañarse, puesto que, como apunta Rodríguez Demorizi: “Las lecturas de novelas y cuentos se hicieron más amplias y comunes desde 1845. Se leía a los Hermanos Grimm; los Cuentos de hadas de Andersen; Las mil y una noches; los Cuentos fantásticos de Hoffmann, en su edición madrileña de 1839; los cuentos y poesías folklóricas de Fernán Caballero y los Cuentos de mamá, tradiciones granadinas, en 1853; las celebradas Tradiciones peruanas, de Palma, después de 1872, que tanto influirían en toda la América, y entre nosotros en César Nicolás Penson…”[19]

De ahí que, durante todo ese largo trayecto, además de lo ingenuo de la técnica, no es extraño encontrarnos con meras amplificaciones o retomas de trabajos ya clásicos, a los cuales se les condimentaba con un poquito de sazón del momento político que vivía nuestra incipiente nación. Así, y volviendo a las fuentes de Rodríguez Demorizi, nos encontramos con que: “en los cuentos de López (José Ramón) hay claras reminiscencias de los de Luis Taboada. El delicioso cuento Las cerezas, de Fabio Fiallo, es trasunto de La oropéndola, de Andre Theuriet. José Ramón López, además, se contó entre los numerosos usufructuarios de la maravillosa cantera de El Conde Lucanor y La Fontaine.[20]

Además de Fabio Fiallo, a quien se le reconoce el título de Primer Cuentista dominicano[21], José Ramón López y César Nicolás Penson, sobresalen por sus trabajos Rafael A. Deligne, Sócrates Nolasco y Vígil Díaz, entre otros.

3. Sabor a campoadentro.

Pero, no es sino a mediados del 1930 cuando nuestra cuentística comienza a tener fisonomía propia, con la aparición de Camino real, de Juan Bosch, considerado éste como el gran estilista, “el cuentista dominicano por excelencia”. Bosch, nos inserta en el campo, lleva a nuestro hombre sencillo del arado, el ingenio o el hato a tutearse con el hombre universal, sacando el cuento dominicano de los requiebros y tarareos puramente costumbristas, criollistas y/o folklóricos, que no hacía otra cosa que presentar al campesino y su entorno visto como con catalejo y frac desde una cómoda poltrona de salón. Es evidente que Bosch utiliza los determinados aspectos del costumbrismo, del criollismo, del folklore, para ofrecer una visión, nueva para la época, del ser dominicano. Aunque los cuentos de Bosch son telúricos todavía, son también relativamente modernos. En Efecto, Bosch fue un conocedor del hombre de su época, por eso, a pesar que trasciende el tema de la tierra, no se despoja de cierto agrarismo. Y es que la sociedad dominicana de la época era eminente rural.

El hombre dominicano cobra su estatura y comienza a hablar por su propia boca, en su propio lenguaje, denunciando las condiciones infrahumanas en que muere y se desangra, la explotación, nuestras continuas revueltas y la idiosincrasia de sus ídolos truncos, mustios, estériles como mulas, siempre en constantes escaramuzas levantiscas, siempre retroavanzando. En fin, llega el momento de la trascendencia de nuestro cuento y, junto a la voz de Bosch, comienzan a alzarse otras con no menos tintes de curtiembre, reciedad y oficio: Ramón Marrero Aristy con su libro Balsié, José Rijo, Tomás Hernández Franco y otros. Todos ellos, unos más, otros menos, durante los años del trujillato estuvieron ligados a la temática de la tierra, unos plegados al régimen, otros desafectos.

4. Luces, asfalto y sangre.

Ya, en las postrimerías de la dictadura aparecen los primeros cuentos de Virgilio Díaz Grullón, ubicados en un entorno citadino, que dista bastante de la temática tratada por Bosch y los otros que surgieron a principios de los años 30. Junto con Díaz Grullón, Sanz Lajara, Hilma Contreras, Ángel Lamarche, Néstor Caro y Lacay Polanco, también incursionarán en la temática metropolitana en algunos de sus trabajos (principalmente Ángel Lamarche en su libro Cuentos que Nueva York no sabe, 1958). También es justo consignar aquí la incursión de Manuel del Cabral, con Los relámpagos lentos dentro de una onda épico-filosófica que no ha generado muchos cultores dentro del ramo.

Si bien es cierto que, a todo este florecimiento del cuento dominicano y que, junto al considerable listado de nombres, se desarrolla una apretada selección de trabajos que pueden considerarse definitivos y definitorios para la cimentación de una cuentística dominicana, los años del 30 al 60 están marcados fuertemente por la temática agraria y no es, sino hasta la caída de Trujillo, con la apertura que este hecho político sin precedentes significa en todos los órdenes para nuestro país, cuando comienza a vislumbrarse una nueva temática y la conjunción del hacer de los escritores dominicanos con el hacer de los más avanzados de otras latitudes.

Pero, no es sólo la decapitación del trujillato el hecho histórico trascendente que vendrá a sacudir la conciencia nacional, cuatro años después del ajusticiamiento del tirano, el pueblo en pleno del país se lanza a las calles, a defender las soberanía frente a la segunda invasión en el siglo de los Marines Norteamericanos. Hecho éste frente al cual nuestros escritores, como todos los demás sectores de la comunidad, no sólo empeñaron sus implementos de trabajo, sino sus vidas y afanes. Y si bien, las continuas revueltas del pasado y los constantes escarceos de nuestros caciques con ínfula de señores feudales, marcaron a la hornada de escritores de la tierra; estos dos nuevos acontecimientos (el fin de la tiranía y la revuelta de abril), marcan a fuego y sangre a toda esta naciente camada que irrumpe con bríos en el panorama de la cuentística más acabada y con sólida formación, tanto formal como temática.

Marcio Veloz Maggiolo, Manuel Rueda, René del Risco Bermúdez, Miguel Alfonseca y Armando Almánzar, constituyen la avanzada de lo que habrá de venir. Todos ellos, nutridos y apertrechados de todo el hacer que de golpe nos llegó, todo lo prohibido, todo lo vedado y escamoteado por treinta largos años, irrumpe de sopetón en el ambiente y, todo ese maremagno que engendra el descubrimiento de los europeos del “boom latinoamericano” y la consiguiente búsqueda de las raíces que genera ese boom del boom, s frugalmente aprovechado por este sólido grupo de nuevos narradores que, como bien apunta Pedro Peix, inician el segundo gran ciclo del cuento dominicano, “robustecido por algunos escritores que ya habían publicado textos en los albores del 60”.[22]

La nueva manada, marcada por la guerra y la tiranía, se curte y se adiestra más con la aparición de los premios de la agrupación cultura La Máscara, a finales de la década, y los Premios Casa de Teatro, que se han mantenido desde el 1977 hasta la fecha. Ambos concursos abren la puerta a un sinnúmero de nuevos narrados y nos dan la oportunidad de reencontrarnos con otros ya establecidos en otras áreas, como son los casos de Aída Cartagena Portalatín, ganadora de una mención en La Máscara 1967 y la publicación de su libro Tablero, 1978, y Manuel Rueda, una mención en La Máscara, 1968, un primer y un tercer lugar en Casa de Teatro, 1978, con un cuento que podría catalogarse como el primer eslabón visible de la nueva narrativa dominicana (La bella nerudeana) y su importante libro Papeles de Sara y otros relatos, 1985.

Entre los nuevos narradores surgidos, de finales de los 60 y principios de los 70, cabe destacar los nombres de Arturo Rodríguez Fernández, Ricardo Rivera Aybar, Pedro Peix, Diógenes Valdez y Roberto Marcallé Abreu. Luego, vienen en alud, si bien cabría aquí el calificativo, los puñitos rosados aquellos de los que habló el poeta, poblando los concursos y los suplementos literarios. Así como los estantes de las librerías y los empolvados libreros de nuestros amigos.

5. Cuenta la historia.

Si bien la tierra, el asfalto y algo de la sangre vibran en los nuevos aires, la narrativa breve dominicana tiene otros matices que ondean con ritmo propio allende todos los contornos. Hoy día, textos como La fértil agonía del amor, de Marcio Veloz Maggiolo y El recurso de la cámara lenta, de Ramón Tejada Holguín tienen los decibelios suficientes para dar tono y timbre a una narrativa con voz propia que nos represente en cualquier patio donde se hable con propiedad sobre el dominio de las técnicas del cuento moderno.

Este tono y timbre habrá que bucearlo en textos celosamente silenciados por obra y gracia del stalinismo ambiental que ha servido tanto a los zurdos como a los otros, para excluir nombres y obras que tienen sobrados rasgos distintivos dentro de todo el hacer narrativo desde finales de los setenta hasta mediados de los noventa. Es el caso de La bella nerudeana y De hombres y de gallos, de Rueda y La fértil agonía del amor, de Veloz Maggiolo. Piezas que, sin obviar lo ya hecho con pericia aquí y en otras latitudes, introducen nuevo aliento a la narrativa corta dominicana.

Tanto La bella nerudeana como La fértil agonía del amor podrían erigirse como punto de partida para rastrear uno de los matices más significativos de la narrativa que se escribe hoy en el país y que nos sitúa en posición competitiva en cualquier punto del orbe: la androgenia de los géneros literarios y un erotismo juguetón y deslenguado a ritmo de güira y tambora. En uno y otro texto, sin lugar a dudas, las fronteras entre el lenguaje poético y el lenguaje narrativo han sido pasadas por alto para dar fisonomía a uno de los momentos más singulares en la historia del cuento dominicano.

Luego de estos textos vendrían otros como: Los ojos de Sara, de Tejada Holguín; Cómo recoger la sombra de las flores, de Ángela Hernández Núñez y La tercera cara de la moneda, de Manuel García Cartagena, entre otros. Textos, cuyo núcleo de visión es la imagen sensual y cadenciosa que, gracias a la fusión de ambos lenguajes y el atinado juego con el gran poder de la lengua y sus misterios, hoy por hoy pueden ser degustados con verdadero goce.

Pero ese tono y timbre distintivo no se queda ahí. El placer de la escritura ha sido degustado en su salsa. Además de la poesía, las ciencias y hasta las supercherías han sido invitadas al festín y, como en Borges, hay momentos en que no se sabe si un texto puede ser pura invención o un estudio sobre la rebelión de las mozas. Así, el cine, como lenguaje y no como mera referencialidad enciclopédica, también viene a reforzar y a encauzar este nuevo modo del decir narrativo. De igual tono, la música (el rock y el jazz) con toda su fuerza y sus posibilidades de improvisación y asombro, armoniza y da corpus a un manojo de obritas que ya nos hacen pensar en algo tan absurdo como la trascendencia.

Y, a propósito del absurdo. ¿Qué pensar, precisamente ante La tercera cara de la moneda o El recurso de la cámara lenta?[23] Por lo que se colige, el absurdo y lo fantástico, han sido abordados por los nuevos narradores dominicanos con un conocimiento y dominio que ya no podrá seguir ocultándose por más tiempo. El día que los estudiosos del fenómeno se aboque al análisis concienzudo del macito de obras que anda por ahí disperso, ya en las colecciones de Casa de Teatro o en ediciones limitadas de autor, saldrá a flote este tronante axioma que pone en dudas muchas verdades de Perogrullo que a diario nos venden en las veladas y tedeos de nuestros más capaces estudiadores.

Esta nueva generación de narradores que, atrincherados en el importante Concurso de Cuentos de Casa de Teatro y conformada por algunos jóvenes y otros no tan jóvenes, ha bebido no sólo en las fuentes vernáculas, de antes del boom o el post-boom y otros etcéteras, ha ido más allá. El tufillo que exhalan denota a leguas que además de Bosch, Borges, Cortázar, Cabrera Infante, Onetti o Rulfo –quienes embriagaron considerablemente a gran parte del grupo anterior- entre sus lecturas se cuentan también: Huxley, Joyce, Felisberto Hernández, Poe, Anderson Imbert, Dos Passos, Lezama Lima, Proust y Elizondo. Así mismo, las huellas de un Goddard, un Truffaut, un Antonioni, un Allen desgarrado y otros grandes del cine o la música contemporánea y la poesía. (Tal podría ser el caso de Ginsberg y Corso, en la poesía y Frank Zappa y Miles Davis, en la música).

De ahí que no sea casual que esta bisoña narrativa transite hoy día con cierta destreza por temas y lugares tan variopintos como el desamor y las montañas. La preocupación formal de los puñitos rosados del cuento dominicano los ha llevado a una asunción del trabajo con un criterio verdaderamente profesional, donde la narración no recae únicamente en los hechos en sí, sino en la reacción que tales hechos provocan en el comportamiento de los personajes. Así mismo, la limpieza estilística, el manejo del lenguaje y el trabajo de asimilación, apropiación y transformación que han hecho con su entrono y los elementos de la cotidianidad para convertirlos en material de ficción, les confiere una estatura que, desde ya, reclama una mirada objetiva sobre su corpus.

Esta nueva camada, como ya hemos visto, condimentada por el hacer de todos sus predecesores y curtida por el trabajo, sabe que tiene algo que decir y lo está diciendo con el mejor tino y el mayor respeto por el oficio de escribir. Sus trabajos denotan que no sólo han leído, visto o escuchado a los grandes por la simple masturbación de tirar páginas para la izquierda. Más de uno de ellos ha dado pruebas más que suficientes del conocimiento y manejo de las técnicas del flash back o del fade out, del cine; del fluir síquico; de la improvisación del jazz o el rock. Así como la experimentación con los planos narrativos, las fragmentaciones temporales, fusiones de lo real con lo deseado o imaginario; dominio del juego, el erotismo, el humor, la ironía y la ternura.[24] Se ha llegado incluso al grado de poner de manifiesto el placer compartido por el juego, caricaturizando y satirizando las estiradas poses de los teóricos de relumbrón, con la creación de textos escritos a dos y tres voces.[25]

Un vuelo rasante sobre el trabajo de la lengua, los temas y el rigor con que se está trabajando el cuento en República Dominicana, tiene que darnos una perspectiva esperanzadora para el presente de la narrativa breve actual. Las piezas de estos muchachos (y las de otros no tan muchachos, pero excluidos de todos los catálogos antojadizos de siempre), pueden, como diría Marguerite Duras, contar una historia que cuenta, precisamente la historia que se excluye y que alguien, alguna vez, habrá de contar con pelos y señales.

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[1] Pedro Pablo Fernández. Nosotros mismos somos. Biblioteca Nacional, Colección Orfeo. 1986. Pág. 25. Si bien Pedro Pablo no pertenece a la última promoción, la de los 80, sus textos presentan la mayoría de los aspectos que sintetizan la personalidad literaria de estos: el erotismo, la música, lo lúdico, en fin el cachondeo infinito. Habrá de ser estudiado con detenimiento.

[2] Manuel García Cartagena. Reunión de poesías, poetas de la crisis. Miguel D. Mena, recopilador. Ver además, entre otros textos: Alguien vuelve a llenar las tardes de palomas de René Rodríguez Soriano, Su nombre, Julia (Alfa y Omega 1991)

[3] Amable López Meléndez. Estos días iguales, (1986)

[4] Julio Castillo. Reunión de… Ob. Cit.

[5] Manuel Llibre Otero. Anatomía de un desmayo presentido… Cuentos premiados 1988. Casa de Teatro, 1989.

[6] El juego con el espejo y el otro ha sido tratado, entre otros, por Ángela Hernández, José Mármol, Plinio Chahín, Julio Adames y otros.

[7] Dionisio de Jesús. La infinita presencia de la sangre, 1988.

[8] René Rodríguez Soriano. Julia, noviembre y estos papeles. Cuentos Premiados 1986, (Casa de Teatro, 1987), No les guardo rencor, papá, (Onap, 1989) y Su nombre, Julia (Alfa y Omega, 1991). Aunque Rodríguez Soriano, como poeta, puede ser analizado como perteneciente a la promoción del 70, en tanto que narrador y por el aliento de sus textos, está más cercano a los 80 que a sus coetáneos.

[9] Francisco Umbral. Las palabras de la tribu. Planeta, 1994. Pág. 248

[10] Eduardo Díaz Guerra. Nostalgia de Loris Lemaris. (Aladino, 1987).

[11] Reunión de poesía… Ob. Cit.

[12] José Mármol. Reunión de…Ob. Cit.

[13] Cfr. De Rafael García Romero. La sórdida telaraña de la mansedumbre, su mejor relato, en Bajo el acoso (1986)

[14] Cfr. Ángela Hernández. Cómo recoger la sombra de las flores. Cuentos premiados Casa de Teatro, 1989.

[15] Gavino Severino. Antología del colectivo de escritores romanenses. Biblioteca Nacional, 1986.

[16] Torri, Julio. Grandes cuentistas. Editorial Cumbre, S.A./Los Clásicos. Novena Edición, México, DF, 1977. Pág. IX

[17] Torri, Julio. Op. Citada. Pág. X

[18] Cartagena Portalatín, Aída. Narradores dominicanos. Monte Ávila Editores, C. Por A., Caracas, Venezuela, 1969. Pág. 9

[19] Rodríguez Demorizi, Emilio. Cuentos de política criolla. Librería Dominicana, Editora. 2da. Edición. Santo Domingo, RD, 1977. Págs. 12 y 13.

[20] . Rodríguez Demorizi, Emilio. Op. Citada. Pág. 21

[21] Cartagena Portalatín, Aída. Op. Citada. Pág. 9

[22] Peix, Pedro. La narrativa yugulada. Editora Alfa & Omega. Primera Edición. Santo Domingo, RD, 1975.

[23] García Cartagena, Manuel. La tercera cara de la moneda. Mención de Honor Casa de Teatro 1987. Ver volumen Cuentos premiados 1987. Tejada Holguín, Ramón. El recurso de la cámara lenta. Mención e Honor en Casa de Teatro 1989. Ver volumen Cuentos premiados 1989.

[24] Ver además textos como: El curioso e singularísimo informe sobre Oxry Ovnimorom (1980), sabroso texto de Ricardo Rivera Aybar que, manejando con destreza un español arcaico, elabora una pieza fresca y graciosa con un sostenido sentido del humor y, si se quiere, de ternura. Así llenamos nuestros espacios temporales (1986) y La verdadera historia de la mujer que era incapaz de amar (1987), de Ramón Tejada Holguín, donde además del humor, lo erótico y el juego, se desarrolla el doble drama entre los personajes y el autor, tratando de inventarse a sí mismos. En Un día en la vida de Joe Di Maggio II y Cartas al espejo (1985), Manuel García Cartagena hace galas de un sostenido manejo del idioma, explota al máximo el recurso del fluir de conciencia y, en el primero de los dos, exhibe un dominio corrosivo del humor que nada tiene que envidiarle a los maestros de todos los tiempos. En Cómo recoger la sombra de las flores (1988), Ángela Hernández Núñez, además de jugar con la fusión del lenguaje poético-narrativo, los sesgos en el tiempo y el espacio y unos equilibrados diálogos, crea una atmósfera de ternura y paroxismo incomparable. Julio Adames con Unos gatos empujan la pared (1990), demuestra un amplio conocimiento de las técnicas narrativas modernas y dosifica con bastante equilibrio un cuidadoso manejo del lenguaje poético. (Todos estos cuentos han sido premiados en el Concurso de Cuentos de Casa de Teatro en los años que aparecen entre paréntesis). Véase, además, El bocal de seis flores, de Rafael García Romero, texto que, partiendo de un poema del reconocido poeta mejicano Jaime Labastida, recrea una interesante historia que constituye una muestra a tomar en cuenta dentro de la más nueva forma de enfrentar la ficción (sin fronteras) dentro de la más joven narrativa corta dominicana. Ver Los ídolos de amorgos, 1993.

[25] Probablemente es virgen, todavía (1993) e Invítame a almorzar lejos de estos barrotes (1994), de Ramón Tejada Holguín y René Rodríguez Soriano. Anteriormente, ambos, en compañía de Rafael García Romero habían escrito Y así llegaste tú, Aurora (1991). Todos premiados en Casa de Teatro. Ver colecciones de los años en paréntesis.