El Recurso De La Cámara Lenta

Uno de los puntos culminantes de la poesía de René Rodríguez Soriano es su palabra fluida, pero contenida, dotada de un sentido humano contagioso.

Su libro Apunte a lápiz (Paso Bajito, 2007) lo conforman poemas breves que son dibujos muy precisos de una percepción desarrollada: la palabra alcanza un nivel de madurez y de reposo que permiten al lector visualizar las situaciones metafóricas y de penetrar en ese mundo como un habitante de la realidad que nos presenta de diversas maneras, todas como hermanadas en un recuadro familiar. Y es que el poeta René Rodríguez Soriano aprendió a tejer los instantes de una realidad diversa y única: su unicidad consiste en su condensación, la cual pasa, primero, por un proceso de deformación. Perdón, la palabra “deformación” entra en desventaja ante una de mayor pureza: transformación. La palabra poética es transformada gracias a la presión que ejerce sobre ella la marcha siempre segura del tiempo que va marcando y determinando el ritmo. Pero este tiempo es un tiempo mínimo, reducido cada vez a una parte menor: el instante. Se podría hablar de una poética del instante a partir de los cambios de luces y de los diferentes matices de un decir que no se agota. La capacidad del poeta de poder atrapar el instante de su mayor lucidez está latente en el reforzamiento del contacto: de este contacto con lo elemental nace otro supuesto, otro punto de culminación: la línea que se corta para dar paso a una pausa corta que, a su vez, da paso a que el lector rebusque entre sus favoritos el color naranja del recuadro a que ha sido conducido por la línea misma del poema. Los poemas de Apunte a Lápiz, de René Rodríguez Soriano muestran una forma inocente o primitiva de captura de la imagen casi al estilo renacentista, en el sentido de lo que fue llamado en ese tiempo los “puntos de fuga”, que determinaban la profundidad del objeto, la perspectiva, la dimensión, etc. con la muy marcada diferencia que nos presentan estos poemas en cuanto a su propia dinámica esencial. René Rodríguez Soriano no pretende asombrar al lector con metáforas rebuscadas, por lo contrario, sus expresiones poéticas buscan centrar lo humano en lo humano mediante un lenguaje humanizado. El realismo de estos poemas adquiere una gracia continua precisamente por la delicadeza con que se transmite el impulso de la imagen, apoyada siempre en uno o dos niveles como aquellos poemas chinos de la dinastía Tang del siglo VI A. de C., donde la mínima pincelada pretendía dar un detalle más crudo y por lo tanto más descriptivo.

Uno de esos dos niveles presenta el poema o lo poético como un soplo o un golpe rápido como quien toma una fotografía para fijar el tiempo en ella. El otro nivel se dilata en la reflexión de la fotografía o del objeto presentado como para dar un paso hacia delante o para mostrar otro aspecto, o algún nuevo detalle.

En estos poemas de René Rodríguez Soriano lo descriptivo está muy lejos de ser un componente importante. Más que describir, juega a colocar formas muy bien formadas. Aquí todo está determinado por un juego retrospectivo de la palabra y lo que la palabra designa, es decir, la palabra que está a punto de decir lo que el lector pretende imaginar y que, una vez cumplido el cometido, el círculo se cierra. Con segura ingeniosidad, el poema se hace lento para poder transmitir la ternura de una palabra que parece estar herida por una carencia muy particular. Los tres primeros poemas del libro son un ejemplo inmediato de esto que acabo de afirmar, pero es algo que se evidencia a lo largo de todo el libro. Es una poesía que participa, con Benedetti, de un dibujo a lápiz, donde la espontaneidad de la línea da un parentesco de frescura casi infantil. No estoy hablando de influencia, sino de una confluencia de las cualidades elementales particulares.

Los poemas de René Rodríguez Soriano cuentan algo, dicen, proponen, presentan una o dos situaciones y lo hacen con palabras muy sencillas y como escapadas de un sentimiento de nostalgia y de angustia muy reposada: todo, en estos poemas de René Rodríguez Soriano, lo encamina a un final glorioso el empuje del dibujo. El poema parece tocado por una brisa pasiva, pero certera que no le permite ninguna divagación, ningún desperdicio.

He aquí otro nuevo punto de culminación: la expresividad de un realismo ascendente por un lado y descendente por el otro. Me explico: mientras sube, la expresión va marcando sus signos menos precisos como en un filme donde el recurso de la cámara lenta permite observar los detalles uno por uno, al punto de poder numerarlos, este proceso muestra parcialmente el transcurrir de lo poético para luego rematar, al descender, con el golpe de una imagen total. Lo que me llamó la atención desde el primer poema que leí hasta el último, fue la potencia comunicativa ante la potencia de la brevedad, la capacidad de decir unida a la ingeniosidad de sugerir. El poeta no es aquel que nombra las cosas sino aquel que mejor aprende a sugerirlas.

En la República Dominicana este tipo de escritura fue muy frecuente a principio de los años 80 por un grupo llamado …Y punto!, que hacía el reto de presentarse como el antihéroe del decir, pues hacía una crítica sincrónica al llamado “poetizar como pensar” que, por un lado, no supo voltear la frase para que dijera “pensar cómo poetizar”, mientras que, por el otro lado, dejó algunos poemas importantes, donde un pensamiento filosófico original asoma muy circunstancialmente, siendo José Mármol uno de los principales poetas en mostrar un talento subrayable y en mostrar poemas con esas cualidades.

De aquel grupo, del que René Rodríguez Soriano era un integrante de primera fila, decollaron Tomás Castro que fue, por algún tiempo, objeto de envidia a partir de la publicación de su libro Amor a quemarropa, posiblemente el más exitoso de todos los libros de poesía que se publicaron a principio de los años 80 en la República Dominicana.

Otros integrantes que han merecido siempre el sucesivo y espontáneo aplauso de la opinión general son Aquiles Julián, Raúl Bartolomé, Amable López Meléndez, Juan Freddy Armando y Pedro Pablo Fernández, este último es un poeta hecho y derecho, dueño de una rebeldía contradictoria, franca, energética, montada sobre los resortes de un conocimiento del arte de la escritura poética a prueba de balas. Su poesía se apoya en modelos destructivos como el azúcar crema, los jugos de tomate con Alka-Seltzer y vaginas imaginarias de muchachas crueles que guardan bajo el colchón una fotografía del Che, etc. Su poesía trae consigo un sinnúmero de palabras técnicas, modernas, con las que arma un decir imponente y novedoso. Pasa de la lírica al experimento: hace de un pájaro de cuerda un pájaro de carne, pluma y huesos y además lo pone a cantar rock. Los poetas de ese grupo escribieron también poemas de humor negro como es el caso de Juan Freddy Armando, un poeta al que habrá que hacerle justicia más temprano que tarde.

El humor en la poesía de René Rodríguez Soriano tiende más a lo pasivo, a lo sugerente como si quisiera producir una sonrisa amistosa y saludable. Pero para volver a su libro Apunte a lápiz, voy a recalcar que este realismo expresivo de René Rodríguez Soriano viene consigo desde Canciones Rosa para una niña gris metal (Serigraf, 1983) y se afinca con su libro Muestra Gratis (Editorial Gente, 1986) y ahora, en este nuevo libro, se refuerza con la síntesis de una palabra yuxtapuesta que agarra y suelta, pero cuando suelta se produce una especie de visualización que quiere imitar al cine con una mezcla de efectos que son un nuevo punto de culminación en una escala infinita donde un René Rodríguez Soriano se va multiplicando y reafirmando.

José Alejandro Peña | mediaIsla N° 1066, 15 de abril, 2008. http://espanol.groups.yahoo.com/group/mediaIsla/message/4066.-