Lección De Historia Cero Once

Lección de historia cero once

Si pudiera reencontrarme con Máximo Avilés Blonda, le diría que su mejor lección de Historia 011 fue haber descrito cómo se siente un pueblo invadido por tropas extranjeras. Con Hugo Tolentino Dipp tengo otra pendencia, y espero saldarla en tiempo real y en su momento. No seré el más aventajado de sus alumnos de Historia Social Dominicana I, ni el más cercano a sus ideas políticas. Aprendí más de su renuncia a la Cancillería del presente gobierno que en las páginas del manual, que con tanto delirio me negaba a leer en esos días en que, en las calles, prepotentes funcionarios y gendarmes del gobierno de Balaguer escribían otra historia con la sangre de la juventud dominicana.

¿Sería acaso una osadía preguntar para qué diablos sirve la historia en esta acelerada hora en que la acumulación de conocimientos inútiles es poco menos que un simple circuito integrado, que se agrega o descarta en los cientos de miles de mensajes indeseados que invaden las memorias virtuales? Quién sabe, talvez sirva de comodín, o escusa para escribir unas quinientas palabras, quizás.

Tanto en plena decadencia del período de la España Boba, como en el explosivo centro de la salva de jonrones de Sammy Sosa en las mayores, enarbolando la teoría de «la plantación como unidad productiva por excelencia», llegaron a la capital dominicana individuos preñados de buenas intenciones, con el mismo traje y la misma «muela». Antes de recibir las llaves de la ciudad, el 9 de febrero de 1822, Jean Pierre Boyer se expresaba: «Yo voy a hacer la visita de toda la parte del Este con fuerzas imponentes, no como conquistador (no quiera Dios que este título se acerque jamás a mi pensamiento). No espero encontrar por todas partes sino hermanos, amigos (e) hijos que abrazar. No hay obstáculo que sea capaz de detenerme.»

Aparentemente no hubo obstáculo, las tropas de ocupación se mantuvieron en la parte oriental de la Hispaniola durante 22 largos añael consiguiente descalabro económico dieron pie al surgimiento de una resistencia que, aunque se cuente como novela, no tuvo un fin de novela que aparente acabarse aún.

Ciento setenta y ocho años después, y precedido de un discurso con un tufillo parecido («Gobernaré para todos sin olvidarme de los míos.), el 16 de agosto del 2000, Rafael Hipólito Mejía se terciaba la banda presidencial para un período de gobierno de cuatro años. Alguien debe recordarle a él y a sus enceguecidos consejeros que, precisamente, en la parte oriental de la isla, que hoy se llama República Dominicana, el trabucazo de la Puerta de la Misericordia, el 27 de febrero de 1844, fue gestado de forma un tanto parecida a una de las actuales cadenas de mails por Internet. Ah, también, si mal no estoy informado, Juan Pablo Duarte y la mayoría de sus amigos eran hijos o allegados de los más importantes comerciantes.

Sabado 28 de febrero del 2004 El Caribe