La Sal O El Chivo

La sal o el chivo

En un ayer cercano que pudiera perderse en algunas esquinas del tiempo, muchos de nosotros podríamos reproducir en la memoria las tres o cuatro familias que conformaban el vecindario o el barrio donde crecimos, donde asistimos a la escuela, la iglesia y, donde probablemente, a escondidas, fumamos el primer cigarrillo.
Podríamos reproducir las esquinas, el nombre y, hasta el apodo del dueño del colmado o la farmacia del barrio o el vecindario – como también resultaría fácil recordar la socorrida marca del calmante o píldora salvadora de ese entonces.  Era muy fácil. No existían las cientos y cientos de marcas de hoy, no nos apabullaban los altoparlantes ni el atorrante ruido de los automotores de variopinta cilindrada; la vida era muelle, tranquila. Nos conocíamos todos y, con el solo hecho de decir que éramos hijos o nietos de quienes fueran nuestros progenitores, teníamos abiertas ilimitadas cartas de crédito en los escasos comercios de entonces.  Hoy, no sé si lamentable o felizmente, no sucede así. La vida moderna ha sofisticado las relaciones entre los hombres de un mismo vecindario, de una nación, de la aldea global que tanto preconizó el señor Macluhan. Estamos signados por la variedad y, más que nada, por la novedad.
El hombre de hoy día vive en una constante búsqueda de la innovación y la variedad: el auto del año pierde todo su encanto mucho antes de que salga al mercado el próximo modelo, y así sucesivamente.  De igual forma ocurre con los gobernantes. Si nos retrotrajéramos a los tiempos de nuestros antepasados, y en los procedimientos que utilizaron para elegir a sus mejores hombres para alcalde o representante de su comunidad, y los comparáramos con los usos de nuestros tiempos, no cabe la menor duda de que se nos escaparía una sonrisa bonachona. Hasta seríamos capaces de reír de buena gana ante el desfase y el descuadre.
Los tiempos han cambiado y de igual modo, nuestra época está regida por otros valores, otros conceptos: a los hombres de este tiempo no nos interesan los objetos, sino lo que podemos conseguir o alcanzar a través de ellos. No nos seduce el bistec, sino la forma en que éste se nos presenta. De ahí que el mercado esté plagado de infinidad de antiácidos, cada cual con más dudosa eficiencia.

Sabado 8 de mayo del 2004 El Caribe