La Histeria Me Absorberá

La histeria me absorberá

Además de las mandarinas, los vocablos fuertes y las muchachas caminando por las plazas, me gustan las calles viejas, los artefactos extraños e inservibles y los periódicos de antes, con noticias refritas, ocultas entre las ofertas de las tiendas por departamentos y los cupones de alimentos chatarra, medicina natural y amores por encargo. Leo con placer los grandes titulares a toda plana. Muy al desgaire y, como quien no quiere la cosa, meto el rabillo del ojo por entre las secciones y los reportajes a todo color. Me deslavo los ojos, y quisiera mejor -lo juro- que De la Renta boxeara, y De la Hoya diseñara o que – en vez de «Vivir para contarla» –  el Gabo la cantara y Shakira, la contara…

Nada que ver con el manoseado concepto de la guerra preservativa. (Se me da por pensar, y pienso sin pensar, en El Fenicio). Un alto porcentaje de hispanoparlantes prefiere conversar sobre San Valentín o la más reciente entrega de Laura en América. O mirarse y no verse en la pantalla ciega de una teleserie que nos miente y denigra sin pudor. Nada que hablar de oleadas de inmigrantes devueltos a los aislados lados de la isla que más amó Colón.

Agazapado leo que nadie dice nada – o casi nada – sobre las pequeñas embarcaciones cundidas de dominicanos y de haitianos, que a diario surcan las aguas del Caribe con destino a inciertos nortes, donde la histeria colectiva sopla otros aires, y  los behiques y luaces de la aldea o jungla apenas ven más allá del negro de sus ojos. Negados a mirar que otro fantasma ronda por las islas harto saqueadas por variopintas armadas y camadas.

Leo a Toussaint y a Luperón – y sin pensar, estoy pensando en El Fenicio – leo a Liborio y a Jacques Viau, poetas del verso a machete encendido que, sin necesidad de emigrar mar adentro hacia otras muertes, blandieron su antorcha entre los cambronales y las arideces de uno y otro lado de la isla, ¿buscando agua? Leo la farsa de la historia falsa, sobre la piel textual de un pundonor de cartel y escaparate, del casto amor a la puteada y mancillada patria. O cierro el diario, entro a la semana o salgo al día y a la avenida con una de las cientos de gafas de Elton John.

¿Y para qué? Si al pensar sin pensar en el Fenicio no tengo en mente a uno de esos hombres que, entre los años 1000 y 800, antes de nuestra era, cruzaron el Mediterráneo para iniciar lo que hoy comúnmente aceptamos como simple comercio (no necesariamente el que realizan los que se benefician con el trasiego humano entre las islas); tampoco pienso en navegante alguno, traficante, aventurero o bucanero. Por el contrario, me refiero al perro ciego, sordo y manco que guía hacia el paraíso prometido a cientos de naufragantes de las islas que, a diario, hacen picnic en las fauces de los tiburones del Caribe.

Miercoles 18 de febrero del 2004 El Caribe