Días Sin Barba

Días sin barba

Cuando no se tienen grandes disyuntivas uno tiene tiempo para planear el universo sobre la palma de la mano.

Cuando no se tienen grandes disyuntivas en los días, y en el rostro, dispersas, pelusitas claroscurecen el mentón y las mejillas, uno tiene todo el tiempo para planear mondo y lirondo el universo sobre la palma de la mano. A nado se puede cruzar el ancho y caudaloso río de la infancia, sin desmayos; o bracear de rama en rama los feriados y las vacaciones, a pecho abierto. Sobre todo, si uno ignora que, aunque son de tiza las fronteras, su polvillo irrita pituitarias, iris, epiglotis…
Desde la madrugada de los días hay tropas de mentáforas patrullando el horizonte biselado por la niebla y la distancia. Uno no busca, sólo encuentra caminos, y hay que salir afuera porque adentro, trapos y tropos, son lo mismo. No importan talismanes ni abolengos. Una moto monte adentro conjuga a todo viento el verbo cercanía. Dos muchachos, espoleta suelta contra el frío y el ayuno, ponen en entredicho la buena voluntad y la cooperación entre los pueblos. El mal de todos los siglos es el olvido con el que se olvidan los principios y la vergüenza.
Uno puede responder al sobrenombre de Cocó o de Fuser, y terminar contraviniendo las reglas de la narración o la Vía Láctea. Las historias, normalmente suceden y acontecen en los márgenes sin letras de las páginas en blanco de los libros que jamás se escribirán. La vida no espera en otra parte, se subvierte y discurre más allá del dedo índice. Escribir es otra forma de partir. Leer es retorcerle el cuello al cisne de las rancias tradiciones y mentiras. Sobre todo si se lee en los ojos de Julio o un Ernesto que eran primos en noveno grado sin saberlo.
Sin pelusitas en la cara, los muchachos montan moto, vadean charcos y arroyuelos que, en su devenir remoto, serán ríos que habrá de lavar la mar. No importa toda la fábula que a su alrededor se teja, no importa que renuncien a la vida muelle, a la novia y al barrio, al peluquero de la esquina y al perrito viralata, ni al apellido. En los días sin barbas, los muchachos, para ser en realidad más grandes, asumen y contraen compromisos con lo eterno y lo imposible. Rompen fuente, abren madre y se hermanan con todos los muchachos del planeta.
Ahora, mientras rasuro canas, leo «Cortázar sin barba» de Montes-Bradley y veo «Diarios de motocicleta», pienso que, aunque quizá no jugaran la rayuela ni en Banfield ni en Buenos Aires, desbarbados como eran en esos días del cincuenta, el tío Julio y el Che, ya perfilaban un mundo fuera de los mapas y hacían méritos para tutearse con la gloria.

Sabado 16 de octubre del 2004 El Caribe