Demasiado Vinagre

Demasiado vinagre

La radio de Miami no es un circo, pero la mayoría de las fieras cuentan con su domador que las anestesia

Qué bueno que no soy Bacilos, que no tengo que «sonar en la radio para ganarme mi primer millón.» ni mucho menos transigir con los que pagan el silencio cómplice. Por ello siempre voy del otro lado de la acera. Como Nietzsche, huyo tanto de los hombres pintorescos como de los funcionarios y sus paniaguadas cortes. Yo, simplemente, leo en rojo.

Nado en la arena, escribo y hablo apenas. No me deslumbran lisonjas ni prebendas, tenso mi canto al filo de la noche nublada y pendenciera. Tengo la impresión de que a lomo de la misma mula trilla sendas Pablo. Demasiado vinagre hay en el aire. No importa que los perros cancerberos ladren, ni que las furias y los mil demonios, colmillo en ristre, enfilen sus cañones.

El viento abate el roble, pero no lo quiebra. Pablo sabe que el cónsul general de la República actual no malgasta su tiempo en honduras filosóficas, ni tiene una corbata de bolitas negras, de las que no tiene, sin que nadie entienda, la cajita blanca. El juego es cosa seria, entiende que la codicia paraliza la libertad, sobre todo la de expresión del pensamiento.

La radio de Miami no es un circo, pero la mayoría de las fieras cuentan con su domador que las anestesia. Hay vitamina y goma de mascar a flor de piel, como en casi toda la radio que se respete, ¿de qué otra forma puede subsistir un hombre honesto? Te rajas o te rajan, dirían el zar y sus coristas: el poder es para usarlo y no contra el poder, precisamente.

El cónsul general de la República viaja a Moca, y casi siempre pasa por Bonao.  Hay quienes creen que, aunque no tome agua en jarro alguno, profesa admiración por periodistas como Pablo.  Dicen los banilejos, sin embargo, que el dulce no le amarga a nadie y que tampoco una pregunta, por retorcida que parezca, podrá secar de un tajo la mar salada y los cocales. No es que Pablo tenga lengua viperina.

Sencillamente, por su bella Dulcinea se la juega con cualquiera.  Él cree, a pie juntillas, que la República Dominicana no es un «san» que puede repartirse cada cuatro años a escogidistas o aguiluchos.

Los que le quieren ver trotando a lomo «del bienestar y del progreso» entienden que casi siempre apuesta y pierde. Los demás, que en ningún caso cobran por verter sus opiniones, juran que esta vez ganó Pablo Rodríguez: no lograron silenciarlo con unas monedas ni amenazas. Bastó tan sólo una llamada desde un ministerio para trocar una tertulia semanal en deportiva.

Sabado 7 de mayo del 2005 El Caribe