Cubrir La Historia

Cubrir la historia

Galván sólo intentó hacerme ver que, frente al supuesto frente de los pinos, no hay detrás

De niño,  en el Catecismo, me contaron de un gran sabio que anduvo de uno a otro confín tratando de desentrañar los misterios del universo. Cansado de vagar, llegó a orillas del mar donde encontró a un niño con una jarrita en la mano, intentando trasvasar toda el agua de los océanos al hoyito que había cavado en la arena. Sorprendido, mirando la devoción con la que el infante se entregaba a su noble tarea, quiso saber cómo podría caberle en su cabecita la idea de traer toda la mar, cántaro a cántaro, hasta aquel húmedo agujerito. Sin inmutarse para nada, en una de esas poses que, sin éxito alguno, los adultos hemos intentado aprender de los niños, le contestó que, de igual forma que él, con todo lo sabio que era y por más que anduviera de la ceca a la meca jamás entendería los misterios del universo. Y que, como tales, había que aceptarlos: misterios eran y misterios se quedarían.
De adulto, mi entrañable amigo José Galván -que tiene barba, ciencia y conciencia de filósofo y poeta-, me la puso en la China. En realidad, no sé si me lo explicó o me lo dejó de tarea, no estoy seguro aún. Sólo recuerdo que escuchó que, en medio de un pinar, un amigo había invitado a otro a orinar detrás de un pino, y él -Galván- con toda la calma del mundo, le pidió, por favor, que le estableciera clara y específicamente cuál era la parte atrás de un pino.
¿Quién nos devolverá la panorámica concreta de los que, desde el frente, intentan ver todos los frentes por los que se enfrentan dos que nunca se miraron frente a frente? Aunque para ello, tengan que pagar la más cara de las cuotas. La guerra no es película, esgrime Miguel Molina y, por más que traten de «encontrarle sentido a una guerra que, como todas las guerras, no tiene sentido», muchos lamentablemente jamás regresarán a contarnos si por lo menos ésta, lo tenía.
Ahora, al fin, empiezo a comprender un poco que Galván -descalzo, bajando de la sierra o subiendo más alto- sólo intentó hacerme ver que, frente al supuesto frente de los pinos, no hay detrás. Y, como dijo el Gabo -que sabe más que el lápiz- su abuelo ya lo dijo: «del otro lado no hay orilla». No hay que intentar ningún sofisma, ni averiguar el misterio o el tinte con el que se tiñe la verdad de la mentira. Y, como las lentejas, vengan de donde vengan, las tomas o las dejas. Es como el catecismo, bien simple.

Sabado 10 de julio del 2004 El Caribe